
Marie Claire Silatchom, Misionera Dominica del
Rosario: «Estoy dispuesta a ir donde mis hermanas me envíen, porque hay misión»
El 21 de abril, domingo del
Buen Pastor, se celebra la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas. Este año,
con el lema Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros.
La hermana Marie Claire
Silatchom pertenece a las Misioneras Dominicas del Rosario, una Congregación que
«nació el 5 de octubre de 1918 en Selva Maldonado, en la Amazonía peruana.
Nuestro carisma es 'Evangelizar a los pobres en las situaciones
misioneras donde la Iglesia más lo necesita', pero con una opción
especial por las mujeres, ya que son las más marginadas. Y por los
más pobres, sobre todo aquellos que están despojados de lo más esencial,
para que salgan adelante».
Pero esta joven camerunesa no sabía nada
de esto cuando se topó con las hermanas. «Yo nací en Bandjoun, una
pequeña aldea en el Oeste de mi país, Camerún. Era un pueblo católico, pero no
había religiosas. Cuando yo era pequeña, con unos 5 o 6 años, ayudaba al
sacerdote en Misa, como monaguillo. Y algo me tocaba el corazón cuando
le veía. Como vestía con sotana, pensaba que era una mujer, y yo me decía:
'quiero ser como ‘ella''. En aquella época, en mi pueblo las mujeres no
llevaban pantalón, y como veía a una persona que vestía como las mujeres de mi
aldea, con una túnica larga, pensaba que era una mujer. Y yo seguía con la idea
de querer ser como ‘ella’, por lo bien que hablaba de Dios. Hay
que tener en cuenta que yo era muy pequeña…».

Así narra los inicios de una vocación
religiosa que nació en el corazón de una niña. «Un día me di cuenta de que el
sacerdote era un hombre, porque descubrí que llevaba pantalones. Y me llevé una
gran decepción, porque como yo no podía ser hombre me preguntaba cómo
hacer para vivir lo que estaba sintiendo dentro de mi corazón. Era
como un fuego que me quemaba». Poco tiempo después obtuvo respuesta
a esa pregunta. «Un año o dos más tarde llegaron las religiosas a mi parroquia.
Eran Misioneras Dominicas del Rosario. Abrieron un centro de salud,
atendían a la gente, paseaban por el barrio, saludaban a todo el mundo… Y a
mí me ataría su manera de ser. Eran españolas, y abrían sus puertas
a todos. Cuando yo las veía trabajar, acoger, atender a la gente, incluso en la
escuela de primaria, me decía: es aquí donde me quiere el Señor». Así que,
animada por esa seguridad, «fui a hablar con ellas, y las dije: ‘quiero ser
como vosotras. ¿Qué tengo que hacer?’ Yo no sabía lo que era la vida religiosa,
pero quería ser como ellas».
Primeros pasos de una vocación
La respuesta que recibió en aquel
momento, «estudiar», no entraba dentro de sus planes. «Me dijeron que
tenía que estudiar, hacer Bachillerato y trabajar para comprender qué es la
vida. Además, querían que ganara dinero para ayudar a mis padres y a mi
familia, y luego ver si podía desprenderme del dinero y descubrir si era capaz
de vivir así». Asegura que «no quería estudiar. Y pregunté a las religiosas si
Jesús se fue a clase antes de hacer el bien. Yo quería entrar en la
Congregación ya. Pero me convencieron de que tenía que estudiar antes de ser
como ellas».
Así las cosas, continúa, «estudié
y terminé Bachillerato. En mi país, en secundaria puedes optar por
lo que quieres ser, y aunque a mí me gustaba ser enfermera decidí ser profesora
porque de otro modo no podría tener un trabajo remunerado antes de entrar en el
convento. Así que terminé los estudios y trabajé durante dos años como
profesora, ganando dinero». Una vez completada esa etapa, «me enviaron a la
casa de formación que había en la República Democrática del Congo, porque en mi
país no tenían. Entonces, el postulantado y el noviciado se hacía en el Congo».

En este país africano, señala, «realicé
mi primera misión. Me destinaron al norte del país, a trabajar con
los pigmeos. Era un pueblo marginal, explotado por los bantúes: les
empleaban en el campo, pero al final del día no les pagaban, sino que les daban
una bebida alcohólica para que se emborracharan. No recibían salario, ni
comían. Y nuestro objetivo era concienciar a los pigmeos de sus
derechos, y a los bantúes para que les respetaran.
Además, atendíamos un centro de salud, porque ellos utilizaban hierbas, pero no
lo podían curar todo. Allí había dos religiosas españolas desde hacía mucho
tiempo, y yo trabajé con ellas durante dos años».
Formación
Su siguiente destino fue Perú.
«Mi llegada a la cuna de nuestra Congregación fue porque los superiores
pensaban que podía ayudar en la formación de las jóvenes que pedían
entrar en el convento. Y me enviaron a Lima, que era donde se hacía esa
preparación. Después de estar en la cuna de nuestra Orden, regresé al Congo. Y empecé
a sentir deseos de estudiar para ser enfermera. Comencé mis
estudios en el Congo, pero estalló la guerra y cerraron la Universidad, así que
me hicieron volver a Camerún para terminar mis estudios. Cuando me licencié, me
destinaron a un centro de salud que llevaban las hermanas. Y, después, a
Kinsasa, la capital del Congo, para ser formadora».
Al cabo de dos años, prosigue, «me
mandaron a mi país, para trabajar en la pastoral vocacional y el
apostolado que me confiaran. Así que pasé unos años en mi tierra.
Salieron algunas vocaciones, aunque no todas perduraron. Conseguimos vocaciones
después de mucho trabajo, porque en mi pueblo era difícil. Así que abrieron una
nueva comunidad en Yaundé, la capital política del país, porque nos
ofrecía más posibilidades. Además, queríamos llegar a más lugares, y no
centrarnos en una única diócesis. Así que abrimos una comunidad para trabajar
en el campo del apostolado y las vocaciones». De su estancia en esta ciudad
camerunesa, recuerda su contacto con Manos Unidas. «Con su ayuda,
abrimos un centro de salud, en el que trabajé durante un tiempo,
hasta que me enviaron a Madrid».
Testimonios misioneros
Desde hace año y medio, la hermana Silatchom vive
en la capital de España. «Hubo Capítulo General de la Congregación,
y me nombraron miembro del Consejo General. Por eso tuve que venir a Madrid,
para un mandato de seis años. Soy consejera general para la
Comunicación y la Misión, y me encargo de nuestra página web, de recuperar
artículos de hermanas y de animarlas a que escriban para difundir las obras que
estamos realizando. También tengo que valorar qué misiones hay que mantener y
reforzar, y ver dónde enviar a hermanas para misiones». Además, «represento
a la Congregación en el SCAM. Y doy testimonios misioneros»,
como el que está ofreciendo esta semana en Guadalajara. «Atender las peticiones
de las diócesis, del DOMUND o de Manos Unidas, para que ayude en sus
necesidades, es otra de mis funciones», afirma.

Reconoce que «en los testimonios que
ofrezco, lanzo preguntas. Y es curioso: a los jóvenes les atrae el
voluntariado en el tercer mundo. Eso es lo que más les motiva cuando
se habla de misión. Pero yo les insisto. ¡Hay tanto que hacer! Tenemos
pocos curas, porque hay pocos jóvenes. Y les pregunto directamente: ‘¿por qué
no quieres entrar en la vida religiosa?’. Pero nadie contesta… Sueltan una risa
nerviosa, pero no dicen nada». A pesar de todo, esta misionera que ha dedicado
gran parte de su vida a la formación de novicias, no ceja en su empeño. «No
dicen ‘no’ a la vida religiosa. No dan motivos para su rechazo. Y yo sigo
diciendo: si la gente lo tiene todo, pero no tiene a Dios, que es lo
fundamental de la vida, entonces no tienen nada. Y para tener a
Dios, hay que tener a gente que hable de Dios. ¿Por qué no habláis vosotros de
Dios? ¿Por qué no hacéis como ellos?». «Yo sigo animando -continúa-.
Insisto en que tienen que estar atentos a lo que dice el Señor en su corazón.
Hay que escuchar lo que Dios les está pidiendo. Pero, para eso, hay que tener
silencio». A pesar de los pocos frutos, en apariencia, «yo soy consciente de
que estamos sembrando. Tarde o temprano quizá salga algo».
Vocaciones misioneras
Confiesa que «en América y Europa, cada
vez tenemos menos vocaciones. Hoy, para las Misioneras Dominicas del
Rosario, África y Asia son nuestra esperanza. En Asia, estamos
presentes en India, Timor, Macao, Vietnam, Indonesia, Filipinas… Hay incluso
más vocaciones que en África, donde tenemos un noviciado
continental con jóvenes de Camerún, Mozambique, República Democrática
del Congo y Angola, que son los cuatro países donde estamos presentes en este
continente. Depende de los años, el número de novicias varía, aunque no
todas perseveran. A veces, porque descubrimos que no es su vocación y hay
que reorientarlas… Otras veces, lo descubren ellas mismas. Pueden entrar muchas
jóvenes, pero no todas llegan hasta el final», asevera.
A pesar de todo, confía en Dios. «De mi
época éramos cinco, y soy la única que continúa», sonríe. «Yo hice mis primeros
votos en 1989, y los perpetuos en 1995. Y no me arrepiento del
camino elegido. Para nada. He pasado cosechando alegría y felicidad,
y también he vivido momentos muy difíciles. Pero este fuego
sigue quemándome. Y estoy dispuesta a ir donde mis hermanas me
envíen, porque hay misión». «Me hubiera gustado quedarme en mi tierra
-dice-. Mi mamá falleció cuando acababa de llegar a Madrid. Yo había estado a
su lado, acompañándola. Pero esto entra dentro de los sacrificios que
acepté cuando entré en la Congregación. Sé que mi mamá, desde el cielo,
continuará rezando para que siga feliz, haciendo lo que Dios quiere. Mis padres
no podían tener hijos, y yo he sido la primera después de 10 años de
matrimonio. Además, tengo un único hermano, que es sacerdote
en mi diócesis nativa. Así que, primera chica, y solo un hermano, y los dos
entregados a Dios», concluye feliz.
Infomadrid/ M.D.Gamazo
https://www.archimadrid.org/index.php/oficina-de-informacion/noticias-madrid/marie-claire-silatchom-misionera-dominica-del-rosario-estoy-dispuesta-a-ir-donde-mis-hermanas-me-envien-porque-hay-mision