«Hemos visto brillar su estrella y venimos a
adorarlo»
Con el comienzo del nuevo año la
tradicional Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos nos vuelve a
interpelar, poniendo como un espejo ante nuestra vista la falta de unidad que
nos aqueja, restando así significado a nuestra presencia en el mundo. El avance
de la descristianización de Europa inquieta la conciencia de las Iglesias y
Comunidades eclesiales, preocupadas por la pérdida de identidad cristiana del
Occidente, cuya cultura y comprensión de la vida, del origen y destino del ser
humano no podría entenderse sin la referencia de su propia historia al
Evangelio.
La propuesta como lema y motivo
de oración para este año de las palabras de los Magos preguntando por el
nacimiento del rey de los judíos (cf. Mt 2, 2), viene a dar al Octavario una
motivación que nos devuelve a la razón de ser de la Iglesia: anunciar el
mensaje de salvación universal que el Resucitado confío a los apóstoles: «Id,
pues, y haced discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir
todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20a). Nuestras dificultades para
mantener la unidad visible de la Iglesia no pueden hacernos olvidar la urgencia
del mandato de Cristo, porque la salvación es el destino universal de todos los
seres humanos; y para que la salvación alcance a todos es preciso darles a
conocer la verdad que se le ha confiado a la Iglesia. Esta verdad de vida
eterna está contenida en las breves fórmulas del anuncio apostólico o kérygma,
que san Pablo recapitula diciendo «que Cristo murió por nuestros pecados
conforme a lo anunciado en las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al
tercer día conforme a esas mismas Escrituras» (1 Cor 15, 3-4). En esta
formulación del anuncio evangélico está contenida la síntesis del Misterio
pascual, revelado por Dios y entregado a los apóstoles para su anuncio
universal, como aclara también san Pablo en la Carta a los Efesios, al exponer
como contenido de este misterio el plan de salvación de Dios: «Se trata del
plan que Dios tuvo escondido para las generaciones pasadas, y que ahora, en
cambio, ha revelado por medio del Espíritu a sus santos apóstoles y profetas»
(Ef 3, 5). El apóstol aclara en qué consiste este misterio antes escondido y
ahora revelado, y dice que «los paganos comparten la misma herencia, son
miembros del mismo cuerpo y participan de la misma promesa que ha hecho Cristo
Jesús por medio de su mensaje apostólico» (Ef 3, 6).
El plan de Dios fue anunciado por los profetas, que contemplaron en la lejanía de las profecías el futuro de unidad de la humanidad congregada en Jerusalén. Isaías anuncia con alegría que a Jerusalén llegarán de Oriente y de las islas y de la lejana Tarsis en Occidente las riquezas de las naciones, y exclama: «¡Álzate radiante, / que llega tu luz, la gloria del Señor clarea sobre ti!… Llegan todos de Sabá, / trayendo oro e incienso, / proclamando las gestas del Señor» (Is 60, 1.6b.9). Algunas profecías pueden haber influido en la redacción del relato de la llegada de los Magos a Jerusalén buscando el lugar del nacimiento del rey de los judíos. La liturgia de la Iglesia aplicó la interpretación de estas profecías a la adoración que los Magos tributaron a Jesús recién nacido. El texto sagrado vislumbra el esplendor del futuro, cuando la llamada de Dios a los pueblos encuentre la respuesta de quienes son convocados a la unidad en el reconocimiento y adoración del único Dios, que «habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras» (Heb 1, 1). Los profetas, en efecto, adelantan el destino universal del anuncio evangélico (cf. Am 9, 12 y Hch 16, 18), que ha de alentar la predicación apostólica sin limitación alguna (cf. Is 49, 6; 66, 18-20).
La
urgencia de la nueva evangelización
Hoy, emplazados ante la urgencia de la nueva evangelización, se constata que el cristianismo se recupera en los países que fueron sometidos a las ideologías totalitarias del pasado siglo XX, que ocasionaron sufrimientos inmensos, que llegaron a alcanzar a naciones enteras, en las cuales la prohibición de la práctica religiosa y la educación atea apartaron de la fe a las nuevas generaciones. Se trata de una recuperación, un objetivo irrenunciable de la nueva evangelización, que al mismo tiempo pugna por recobrar a cuantos en Occidente son víctimas de la ideología del materialismo relativista, que ha conducido a amplios sectores de la sociedad al agnosticismo y a la pérdida de la conciencia moral cristiana. Sin embargo, no podemos perder la esperanza de que el anhelo de trascendencia, que nunca abandona el alma humana, ayude a estos mismos sectores sociales a abrirse a la luz poderosa del Evangelio, simbolizada por la estrella que guio a los Magos hasta Jesús, porque la luz de Cristo sigue alumbrando las oscuridades de las personas y de los pueblos, sin que se extinga el hambre de Dios. No podemos perder la fe esperanzada en las palabras proféticas de Jesús resucitado, que alientan la acción evangelizadora a la que Dios nos convoca para dar testimonio de Cristo: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20b). La predicación evangélica, por su mismo destino universal, personificado en los Magos de Oriente, que se postraron en adoración ante Jesús, proclama el carácter universal de la salvación que el Hijo de Dios vino a traer a la tierra, y esa universalidad mira tanto a los países de misión como a las sociedades de los países antes cristianos y hoy en la frontera del indiferentismo, donde tanto han disminuido las comunidades cristianas confesantes y de práctica religiosa.
Ecumenismo: obra del Espíritu Santo
El movimiento ecuménico como
fenómeno contemporáneo surgió como obra del Espíritu Santo, impulsando a las
Iglesias y Comunidades eclesiales a afrontar las doctrinas, superar las
condenas y aproximar a los cristianos, poniendo el mayor énfasis en cuanto les
une para poder superar cuanto les separa. El camino propuesto por los grandes
apóstoles del ecumenismo ha sido, con todo acierto, la llamada a la conversión
a Cristo y al encuentro de todos los bautizados en la adhesión a la divina
persona de nuestro Redentor como fundamento de la comunión deseada. Todos hemos
de ser conscientes de que lo acontecido en Cristo, su Pasión, muerte y
Resurrección, están en el centro de nuestra fe, así atestiguado por las
Escrituras, como el mismo Jesús resucitado expuso a los discípulos,
desconcertados por los acontecimientos del Calvario, dejándoles el mandato de
la misión cristiana como mensaje y tarea, porque con su muerte y Resurrección
estaba escrito «también que en su nombre se ha de proclamar a todas las
naciones, comenzando desde Jerusalén, un mensaje de conversión y de perdón de
los pecados» (Lc 24, 47; cf. 24, 25-27).
Sin renunciar a la búsqueda permanente del acuerdo sobre la fe que creemos, si ocupamos el tiempo debatiendo la solución de nuestras desuniones y descuidamos el anuncio de la salvación en Cristo tampoco llegaremos a alcanzar la unidad visible que Cristo quiso para su Iglesia. En la medida en que nuestra obediencia en la fe a su mandato sea más fiel a la voluntad de nuestro Redentor, en esa misma medida el crecimiento de la Iglesia y su implantación en el mundo ayudarán a reconstruir la unidad perdida de los cristianos. La nueva evangelización es tarea de todos, y la misión requiere hoy de las Iglesias y Comunidades un trabajo de conjunto. Jesús, despidiéndose de sus apóstoles les dijo que contamos para la misión con el mayor bien divino, que es el «don prometido por mi Padre (…), la fuerza que viene de Dios» (Lc 24, 49). El Octavario ha de intensificar la oración al Espíritu Santo para que todos los cristianos nos dejemos llevar por él a Jesús, porque el Espíritu recibe de Jesús lo que viene del Padre y lo da a conocer (cf. Jn 16, 13-15).
La universal del anuncio de la salvación en
Cristo
El año pasado quisimos poner el
acento en la dimensión espiritual del ecumenismo y la necesidad de suplicar a
Dios todos los cristianos la unidad deseada por Cristo para su Iglesia. Este
año queremos poner el acento en el alcance universal del anuncio de la
salvación en Cristo y, por tanto, en el carácter misionero de un ecumenismo que
no pierda de vista el fin último de la evangelización: la congregación en una
sola Iglesia de los pueblos y las naciones, meta a la que tiende la acción
misionera de la Iglesia en el mundo, cuyo culmen es la celebración de la
eucaristía. Con esta intención, tenemos muy presentes a los cristianos
representados en el Consejo de Iglesias del Oriente Próximo, con sede en
Beirut, la capital de un país como El Líbano, en otro tiempo próspero y modelo
de convivencia entre las religiones no cristianas y las confesiones cristianas
de ritos diversos, un país y una nación hoy sometida a la inestabilidad
política y atormentada por la violencia de la guerra y las acciones
terroristas. Fueron los cristianos del Próximo Oriente los que eligieron el
lema y motivación de la próxima Semana de Oración por la Unidad de los
Cristianos, y prepararon y trabajaron el esbozo y posible desarrollo de los
materiales.
El grupo internacional designado
por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos
(PCPUC) y la Comisión “Fe y Constitución” del Consejo Ecuménico de Iglesias
trabajó posteriormente sobre lo hecho, teniendo en cuenta que la elección del
texto de san Mateo sobre la adoración de los Magos da una fuerte proyección
universal al anuncio evangélico, y como consecuencia a la unidad de las
naciones congregadas en torno al recién nacido Salvador universal, Jesucristo,
nuestro Señor. Por esto mismo el grupo internacional sugiere que en la Semana
de Oración tengamos presentes a estos cristianos del Próximo Oriente, que
forman parte de las distintas Iglesias orientales antiguas y ortodoxas
bizantinas, de las Iglesias orientales unidas e integradas como Iglesias
particulares en la comunión católica. En el escenario geopolítico del Próximo
Oriente no faltan las comunidades del Patriarcado latino de Jerusalén ni las
comunidades de diversas confesiones cristianas surgidas de la Reforma.
Este mosaico de Iglesias y
Comunidades eclesiales se esfuerza por mitigar los enfrentamientos políticos y
las acciones de guerra y violencia que no cesan y que tanto han afectado a la
sociología cristiana en el gran escenario de la historia sagrada donde el Verbo
de Dios se hizo carne de nuestra carne, proclamó el reino de Dios y la
conversión definitiva a Dios revelado en su divina persona humanada. En
comunión con nuestra carne sufrió la Pasión y la cruz y resucitó de entre los
muertos. La Tierra Santa desde muy pronto vio crecer las comunidades cristianas
y la Iglesia madre de Jerusalén se convirtió desde el origen en referencia de
la Iglesia universal. Su sociología desde hace más de medio siglo se ha visto
progresivamente reducida, a causa de los conflictos bélicos del escenario
geopolítico del Oriente Próximo, por la emigración y la huida de tantos miles
de refugiados que han buscado en Occidente una seguridad de vida que les
permita mantener su propia identidad.
Los obispos católicos de Europa
no han dudado en promover una comisión de ayuda y respaldo a los cristianos de
Tierra Santa. Recibamos con espíritu ecuménico, y abierto a la paz de las
religiones en el Oriente Próximo, la orientación que nos proporciona la
introducción a los materiales del Octavario de este año, a los que el grupo
internacional ha dado forma. Por ello queremos terminar nuestro mensaje
haciendo nuestras las palabras con las que el grupo exhorta a los cristianos a
tener presentes a nuestros hermanos del Oriente: «Hoy, más que nunca, el
Próximo Oriente necesita una luz celestial para acompañar a su pueblo. La
estrella de Belén es la señal de que Dios camina con su pueblo, siente su
dolor, escucha su grito y le muestra compasión (…). El camino de la fe es este
caminar con Dios que siempre vela por su pueblo y que nos guía por las
complejas sendas de la historia y de la vida».
Obispos de la Subcomisión para las Relaciones Interconfesionales y
Diálogo Interreligioso:
Adolfo González Montes,
Obispo de Almería, presidente
Francisco Javier Martínez Fernández, Arzobispo
de Granada
Javier Salinas Viñals, Obispo Auxiliar de
Valencia
Esteban Escudero Torres,
Obispo Auxiliar emérito de Valencia
D. Rafael Vázquez Jiménez, Director del
Secretariado
(Texto original en: https://www.conferenciaepiscopal.es/wp-content/uploads/2021/12/Semana-Oracion-Unidad-Cristianos-2022-materiales.pdf, paginas: 3-7 )
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