TESTIGOS DE UN AMOR MÁS GRANDE
Cada mañana la preciosa Neema (nombre que significa
gracia en
swahili) viene a despertar en nuestro oído y a zarandearlo para acoger
la revelación de Dios. Con sus maravillosos ojos trasparentes se acerca a
nosotros para pedirnos un plátano. Después, nos toma de la mano, se
sienta a nuestra lado, lo pela y parece saborear, no solo su plátano,
sino también con él, el cariño del encuentro.
Durante el día, Neema nos acompaña a encontrar a sus muchos y guapísimos
hermanos, y sus incontables amigos nos salen alegremente al encuentro.
Nos llevan a su campamento pigmeo (uno de los 33 campamentos pigmeos de
nuestra parroquia) y con ellos vamos también al pueblo.
Con ellos nace un lenguaje de complicidad, un lenguaje que solo dicta el
corazón, que nos manifiesta la realidad de su cotidianeidad. Cuando los
vemos jugar con otros niños, nos damos cuenta de la desigualdad de las
relaciones entre los niños pigmeos y los niños bantú. Pero descubrimos
también que todos ellos sueñan con poder soñar; todos ellos sueñan con
ser besados, acariciados, abrazados, y sentirse aquello que son:
especialmente especiales.
En el campamento pigmeo, donde la hoja de las palmas es su cama y las
estrellas su beso de buenas noches, Neema y sus amigos son libres; su
escuela, la selva; su trabajo, jugar, volviendo juego y diversión
incluso el trabajo. Nos da la impresión que su familia son los otros
niños, con los que comparte los tubérculos que encuentran jugando y con
los que se disputan los ratones a la brasa. La preciosa Neema y sus
amigos buscan a sus padres al anochecer, cansados, para hacer la comida
más fuerte del día y dormir.
Los niños bantú de su edad van a la escuela; Neema y alguno de sus
amigos van también a veces con ellos, aunque cuando el campamento se
desplaza para cazar, para recoger la miel o los frutos de la selva de
los que se alimentan, se ausentan durante semanas; también la
desigualdad de relación con los maestros y niños bantú los desanima
hasta que abandonan la escuela.
Uno de los amigos de la preciosa Neema tiene un problema en las manos:
sus dedos parecen engarrotarse poco a poco y tiene unas manchas en el
pecho y en la espalda, lo llevamos al médico y le diagnosticaron lepra,
así que tenemos que seguirle para que durante un año tome su medicación.
En otros campamentos hay más niños con lepra y tuberculosis, y gracias a
otros amigos estamos sensibilizando a los enfermeros para que los
traten y al resto de la población para que los detecten y los ayuden a
curarse.
Con Neema vamos a veces al pueblo donde habitan los bantú y enseguida
nos damos cuenta que Neema y sus amigos tienen miedo, casi queriéndose
esconder de las miradas y los comentarios de los bantú. Como un pájaro
en el campo come el grano y regresa a su nido, así los niños pigmeos van
al pueblo atraídos por un poco de sal o un caramelo o alguna variante
en su dieta silvestre y vuelven rápido a su campamento, donde vuelven a
ser ellos mismos.
Así, mirando la mágica mirada de la preciosa Neema y a sus amigos, hemos
entendido que quizá nuestra vocación ahora es acompañar a los niños
pigmeos, sin más pretensión que la de acompañar su crecimiento y el
desarrollo del sueño y misión que el soplo de Dios ha dado en ellos. Nos
sentimos felices ayudándoles a afirmar su identidad haciéndoles
sentirse amados incondicionalmente, sentirse preciosos ante los ojos de
Dios y los nuestros. Para ello, queremos ayudarles a que se conozcan y
se descubran más y mejor a sí mismos, a tomar conciencia de su
diversidad, de su especialidad, de sus valores, a hacer memoria de su
historia; queremos ayudarles a sentirse orgullosos de su lengua y de su
modo de vivir. Todo ello, para hacerles capaces de descubrir la obra de
Dios en ellos, en su pueblo y de apreciar la obra de Dios en otros
pueblos. Que vean desde la mirada de Dios. En el devenir de la historia
de los pueblos, cada pueblo tiene su luz, su misión, su camino elegido
por Dios para toda la humanidad.
Como recién llegada, estoy entrando en esta realidad a través de los
ojos de la Gracia (Neema) estoy aprendiendo a hablar, a relacionarme con
los otros, aprendiendo sus nombres, sus costumbres, su cultura, sus
campamentos, descubriendo y gustando que hay un lenguaje común que nos
une: el amor, que nos lleva a la complicidad en juegos, cantos,... Y que
nos ha empujado, como el zorro al príncipe, a crear espacios y tiempos
para ellos. Pensando y elaborando materiales para esos encuentros
gratuitos y de alegría, aprendemos swahili, aprendemos a conocernos y a
querernos, aprendemos a relacionarnos sin más pretensión que el crear
lazos y amarnos.
Testigos de un AMOR mayor
Nosotros queremos dejarlos que nos miren, dejarlos que iluminen nuestra
alma con el brillo de la suya, y de forma concreta hemos empezado a
caminar junto con ellos y desde ellos en una escuelita itinerante; una
escuela recién concebida, una escuela que se está gestando cada día.
Preparamos esta escuela cada día desde cero, desde la nada, pero desde
el todo que es el amor y la confianza; creando el material que les damos
a trabajar, el material pedagógico que usamos para explicarles, la
propia lección, los propios objetivos de cada día, en definitiva todo el
material tangible y no tangible, creado por nosotros mismos, con los
medios que alcanzamos, de manera muy sencilla, pero con ellos y desde
ellos.
Partiendo de que la mayoría no han cogido nunca una cera de colores en
sus manitas, hemos comenzado con los dibujos, los colores, la forma de
conocer su medio, que comuniquen, que se conozcan mejor a sí mismos, que
conozcan los números (hasta ahora el 1, 2 y 3) iniciarnos en la grafía,
hacer crecer la observación, la lógica, etc. Que beban de la fantasía
también para su realidad. Juntos aprendemos, jugamos, cantamos, nos
pintamos, vemos algún vídeo que completa nuestra escuela, una escuela
que es un espacio-aula itinerante, la llevamos en la mochila y la
desembalamos con ellos en cada encuentro, en cada campamento al que la
vamos llevando.
Cada día la sometemos a planificación y a recogimiento evaluativo y
vamos caminando, y creando juntos. Los pasitos que vamos dando los vamos
recogiendo en lo que hemos llamado: manual de alfabetización, en
swahili. Apoyándonos y caminando en comunión con el método ORA.
Necesitamos dos alas para volar: amar y ser amados. Con la escuela,
torpemente adivinamos que estamos empezando a volar. No queremos polvo
sobre las alas.
Neema y sus amigos nos empujan a esos ratos de gratuidad, ellos nos
invitan a creer y a crear, a volar con las alas del amor, el amor es
siempre Nuevo, es siempre Otro, es siempre Imprevisible, Inabarcable,
Inmanipulable, es el Todo.
En el fluir de la magia de los días, días que se suceden rápido,
demasiado rápido, tan rápido que a veces quisiera extenderlos para
seguir saboreándolos y empaparme de ese Dios encarnado sin límites de
tiempos. Muy contenta en mi comunidad a la que quiero y de verdad que me
siento en sintonía y en familia, una familia de la que aprendo y admiro
muchísimo, cada uno con su don, da sabor a lo que es mi comunidad y con
la que me siento bendecida. Que además de ser mi comunidad, son mi
equipo misionero. ¡Qué alegría, qué desafío! Rozar el cielo juntos, para
ser Uno con El Uno.
Desde las profundidades del alma, compartir comunitariamente oración
está siendo parte imprescindible del vuelo y verdaderamente interpelante
para mi vida, para nuestra vida.
Sigo en plena marcha de entrar y conforme vaya entrando le irá dando
equilibrio al vuelo. En ese vuelo no quiero yo ser muy adelantada, y que
luego yo cree bloqueos por perderme parte del proceso. Aunque confieso
que me encantaría a veces ir más rápido en lo de entrar para darme más y
mejor, pero estoy en ello y desde la magia de lo pequeño, se puede
tocar el sueño, donde le pido al Espíritu don de lenguas, humildad,
paciencia, perseverancia. Pero antes de pedirle y mientras le pido le
agradezco y le sigo agradeciendo, porque fue es y será una alegría
profunda el haber coincidido con esta gran familia aquí y en este
precioso momento que es el ahora.
Me siento respetada, querida y acogida como mujer y como laica, mucha
naturalidad en todo y eso me hace bien, mucho bien.
Sin darme cuenta estos niños me han atrapado el alma y la piel, no me
acostumbraría ni sabría ahora mismo vivir sin ellos. Ya estaban en mi
alma y en mi mente de alguna forma.
Ganas de seguir compartiendo, de poder compartir más, de alargar los
días, de poder hablar, de poder corresponder a mi equipo, al que tanto
quiero, como Dios quiere, corresponder como se merecen, corresponder
dándole cuerda al amar.
Creemos que si aquí estamos no es por error, no es casualidad, todo
ocurre por una razón, ellos, los niños pigmeos son parte de nosotros y
parte de ti y de mí. Ellos navegan en el mar de la vida, que es el mar
de los valientes.
Mirar la vida en colores, nunca en blanco y negro, este vuelo también me
hace llorar pero es a la vez en él donde Dios me consuela. Al aquí y al
ahora, le quiero regalar lo mejor de mí, mi amor y mi vida.
De verdad que gozo con la simplicidad de todo, con el arte de esos
pequeños detalles, es en la sencillez donde se encuentra lo esencial.
Acompañar y compartir vida en su campamento nos recuerda una y otra vez
que lo que Dios creó y que todo lo que Él crea es hermoso y bueno.
Doy gracias infinitas por este regalo de estar aquí entre estas almas,
entre estos amaneceres, entre estas miradas, entre estas sonrisas, por
toda la luz que está entrando a mi vida. Doy gracias porque la paz nos
ha elegido por encima del miedo y la alegría por encima del dolor.
Gracias doy al Padre Eterno porque hoy estoy y soy feliz. A ti que estás
leyendo decirte gracias y de verdad merece la alegría que te acuerdes
de vivir, que te acuerdes de amar, su Amor despierta la luz que hay en
ti, permítele que se cuele la gracia.
De todo corazón, un abrazo con la sonrisa más grande del mundo en la cara.
Nos vemos siempre en la oración y en el corazón.
Os saludamos nosotros, elegidos y enviados por Jesús de Nazaret, sin saber muy bien por qué.
Elisabeth y Andrés.